Cuerda de presas
Jorge García y Fidel Martínez
Astiberri 2017. Bilbo
Cuerda de presas se publicó por primera vez en el 2005. Entonces leímos los relatos que escribió Jorge García y dibujó
Fidel Martínez con la intensidad y la emoción que se siente al rasgar el tupido
velo del olvido. Su reedición hoy, está plenamente justificada por su calidad
narrativa y gráfica, pero también porque la desmemoria, programada o
consentida, sigue ocultando gran parte de nuestro pasado reciente.
A través de sus viñetas recuperamos diferentes historias de
mujeres que pasaron una parte importante, decisiva, de su vida tras las rejas por defender la legítima República
frente al golpismo fascista. Sus imágenes dolientes refuerzan la síntesis de sufrimiento,
resistencia y dignidad con que ellas afrontaron las diversas formas de la
represión carcelaria en los primeros años de la dictadura franquista. Las prisiones de Ventas (Madrid),
Guadalajara, Albacete, Segovia, Saturrarán (Motrico), Les Corts ( Barcelona), Amorebieta, Santander (Un antiguo convento de los
Salesianos) Guadalajara, Palma de Mallorca, formaron la geografía de lo que
Marcos Ana y Miguel Núñez definían, con ironía, como turismo carcelario. Con
Jorge y Fidel las acompañamos en los traslados, en esos inhumanos viajes en
tren o en barco al final de los cuales siempre les esperaba otras rejas.
Cárceles que pretendían regirse con la
seriedad de un banco, la caridad de un convento, la disciplina de un cuartel,
en clara referencia a la triada dinero, religión y espada sobre la que se
fundamentaba la Dictadura.
En esos escenarios cerrados, aislados y aisladores, se vivió la amarga
y desesperada proximidad de las ejecuciones, el peso agobiante de las
prohibiciones, la amenaza continua del castigo y la aplicación del mismo. Debían purgar su pasado. Se les hizo sentir
el peso de la derrota a cada instante. Se les privó de autonomía hasta incluso
querer llegar a arrebatarles su identidad. Una condena que se completaba con el
extrañamiento, el alejamiento de los
suyos. En un contexto en el que la norma
era el abuso de poder se desarrolló inevitablemente la pugna entre rendirse o
resistir, se sufrieron abusos sexuales, se padeció la soledad y a veces la exclusión,
pero también se consiguieron pequeñas victorias, o no-derrotas, como los conciertos clandestinos y sobre todo que
florecieran múltiples y diferentes maneras de solidaridad.
Son momentos de unas vidas que no sólo sufrieron la derrota de sus
legítimas aspiraciones individuales y colectivas, sino que sufrieron una
represión que pretendía aniquilar cualquier posible renacimiento de esas
aspiraciones y finalmente padecieron la condena del olvido. Recrear sus
vivencias es reparar, aunque sea parcialmente y tarde, la injusticia que
padecieron.
Pepe Gálvez
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